El teléfono suena. Lo descuelgo y al otro lado oigo su voz, entrecortada y cansada. Escucho. He aprendido a escuchar, a disfrutar oyendo esa voz ahogada de tono tierno y quejumbroso, como la de un niño al que se le ha privado de dulces.
Ya conozco de antemano sus preguntas y ella también mis respuestas. Somos conscientes de que lo importante reside en saber que al otro lado de la linea nuestras voces delatan nuestra presencia. Estamos vivos .
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