martes, 5 de julio de 2011

LA RUBIA Y LAS ESTRELLAS

No había amanecido aún cuando vi las luces del hospital. Me habían avisado unos días antes de que tenía que entrar por la puerta de urgencias. Allí me estaban esperando para dejarme poco después sin palabras en la boca, callado y aprendiendo a escuchar. ¡Qué fácil es oír y ver y qué difícil se nos hace en ocasiones saber mirar y  escuchar!.
Ya había amanecido cuando una atractiva rubia de unos cuarenta y tantos pronuncio mi nombre seguido de una sonrisa.-"¿Sergio?"-. Me pillo soñoliento sobre la cama, con un pijama de azul deslavado prestado por el hospital y con los calcetines puestos. La sonreí y su respuesta no se hizo esperar. -"Te vienes conmigo a un viajecito"-. La cosa prometía, yo metido en la cama cruzando pasillos viendo como la rubia vestida de blanco empujaba la cama. No me había visto en una de esas hacía tiempo. Pero no era un sueño, de serlo la rubia de blanco seria una diablesa dispuesta a cumplir mis deseos y esta no era más que una celadora que me llevaba al matadero. Unos instantes después, las luces del ascensor cegaban mis ojos.-"¿Estaré ya en el cielo?", pensé-.
 Ni de coña. Aún me faltaba ver una luz más cegadora y unas sombras verduzcas que,  además de conocer mi nombre,  me sonreían  antes de meter el bisturí y dejarme sin voz.