jueves, 26 de agosto de 2010

FRONTERAS INVISIBLES

Un día cualquiera, Fran Parada, un joven residente en Madrid, se levantó para ir a trabajar. Vestía parcamente,con unos vaqueros, una camiseta y un jersey regalo de su mujer, Juana. Llevaba un euro en el bolsillo, no tenía más ni pensaba gastarlo a no ser por motivos mayores.
Esa noche, Fran no volvió a casa. Tampoco al día siguiente, ni al otro. Su familia no supo de él hasta tiempo después. Había desaparecido, sin rastro, sin llamadas. Nada.

Una llamada alertó a Juana. Al otro lado, la entrecortada voz de su marido confirmaba su paradero. Estaba en la comisaría de Aluche. La policía le había detenido. No tenía papeles, no llevaba documentación, era otro de esos inmigrantes de tez curtida y rasgos sospechosos.
Fran Parada había cometido un delito contra la seguridad del Estado: ser inmigrante y sin papeles, que es lo mismo que decir soy pobre y sin derechos. A esta persona sin derechos la policía la deportó a Bolivia tres días después de su arresto. Vestía la misma ropa con la que había salido cuatro días antes a trabajar, excepto por los cordones de sus zapatos, que le obligaron a quitárselos en el aeropuerto por motivos de seguridad. Cuando Juana, su mujer, quiso despedirse de él en el aeropuerto, la respuesta de un policía fue que esto no es una película americana.
Cierto que no lo era.



Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura, y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.

«¿Qué me ha ocurrido?», pensó.

No era un sueño.

La metamorfosis
Frank Kafka