domingo, 6 de junio de 2010

ESPERANDO UN SUEÑO

El hirsuto pelo reposaba sobre la mullida almohada y un frió hilo de sudor resbalaba por su desnudo cuello. Sus rasgados ojos permanecían fijos en algún punto del blanco techo, sobre el que la luz de una farola dibujaba amorfas figuras espectrales. 
Silencio. Tan solo el cadencioso tic tac del reloj de mesa se atrevía a irrumpir en el manso delirio interior que la joven estaba viviendo.
La hierba había hecho su efecto hacía tiempo. Solía fumarla para calmar  esa clase de dolor que no tiene otra cura que el sueño, un dolor sordo  e iracundo que la atenazaba desde hacia una semana. La cuenta atrás había comenzado y el metálico tic tac que inundaba el dormitorio atestiguaba el inexorable paso del tiempo, la cercanía de su final. 
Pero ella aún  no lo sabía. 
El sonido de un coche irrumpió en el silencio de la noche. Sus luces penetraron en la habitación  como el rayo que anuncia una tormenta y de repente ella supo lo que iba a suceder. Pero los efectos de la marihuana constreñían la movilidad de  su cuerpo. Fue entonces cuando girando su desnudo cuello hacia la ventana observó la luz que se filtraba por entre las cortinas y recordó, antes de morir, aquel poema que acababa así... esperando un sueño.